martes, 3 de enero de 2017

Los catalanes somos especiales

Que Catalunya y los catalanes somos especiales, es un hecho irrebatible. Ya lo dijo Francesc Pujols (1882-1962) y lo repetía el pintor Salvador Dalí: ‘llegará un día en el que los catalanes, por el solo hecho de serlo, iremos por el mundo y lo tendremos todo pagado’. Quizás la premonición de Pujols  no se cumpla nunca, pero que somos especiales, no lo puede dudar nadie. Tan especiales, que llevamos varios años conviviendo, con cierta naturalidad, en dos mundos tan distintos que, si los midiéramos por sus estados emocionales y sus percepciones, bien podría parecer que habitamos en galaxias distintas. No me refiero a las comunes diferencias que existen en todas las sociedades entre clases sociales, ideologías o religiones, no. Me refiero a los dos mundos construidos a partir de la posición que se tenga, a favor o en contra, de la independencia de Catalunya.

Por una parte está el mundo independentista, hipermovilizado, en plena y constante excitación, viviendo en comunión un sueño sobre el que gira toda la vida social, mediática, política e institucional. Vive en un circuito cerrado, retroalimentándose de sus propias redes sociales, sus medios de comunicación, sus imágenes, noticias, informes económicos, sus personajes e ídolos. Todos juntos, ricos y pobres, derechas e izquierdas, capitalistas y anticapitalistas, trabajadores y empresarios. Un mundo que ha encontrado una explicación a la mayoría de nuestros males y, sobre todo, una solución a los mismos, mucho más fácil que la dichosa lucha de clases o la tediosa confrontación de modelos económicos, sociales e ideológicos, que son los que se expresan en las sociedades modernas y democráticas.

Y en la otra cara de la luna, como en otra galaxia que está a años luz, el otro mundo, la otra mitad, más o menos, de la sociedad catalana. Escéptica, que vive su cotidianidad ausente de las grandes efemérides y de esos hechos históricos que dicen están sucediendo mes a mes y año tras año. Otro mundo que asiste distante a la excitación de algunos conciudadanos y la mayoría de las instituciones públicas catalanas. Que se queda perplejo cuando oye a los representantes de las principales instituciones catalanas afirmar que están luchando por la conquista de la libertad y la democracia, y que vive con indiferencia las banderas esteladas en los balcones de sus vecinos, en las rotondas o en el ayuntamiento de su pueblo o ciudad.

Dos mundos que vivirán de forma muy diferente estos nueve meses que contempla el Pacto Nacional por el Referéndum hasta la cita del próximo septiembre. El independentista, con la emoción de renovar esperanzas y la ilusión del volver a empezar con nuevas pancartas, carteles y eslóganes, con páginas y horas de debate en los medios de comunicación. El no independentista, como una maniobra más de una constante táctica de distracción para disimular el fracaso y la evidencia de una estrategia sin salida.

Para unos, el proceso abierto tras el Pacto del 23 de diciembre es el penúltimo escalón que abrirá la puerta de la independencia de Catalunya. Para la otra mitad, no es más que la repetición del “histórico” 29N en el que participaron muchas, muchísimas personas, tantas como 2.305.290, nada menos, pero también y nada más que el 37.02% del censo, o la repetición del pasado proceso electoral del 27 de septiembre, presentado como un plebiscito, la última oportunidad, para romper con el pasado y abrir la ventana a un nuevo amanecer del nuevo Estado independiente de Europa con la desconexión de España en  18 meses. 

Y así, cada uno de ambos mundos vivirá a su manera estos nueve largos meses que restan para setiembre. Uno, movilizado y calculando las décimas  que suben o bajan en las encuestas  las opiniones favorables o contrarias a la independencia. El otro, aburrido del monotema y convencido de que la solución de sus problemas nunca dependerá del lugar desde dónde se gobierna, si aquí o allí, sino de quién, y sobre todo para quién, gobierna y qué intereses representa. Que las políticas,  principios y valores no nacen ni crecen según los territorios, sino que dependen de las personas y de sus valores: de derechas, de izquierdas, conservadoras, progresistas, honrados o corruptos etc.


En Catalunya este 2017, un año más, unos vivirán ilusionados con la independencia. Otros, la mitad más o menos, vivirán un poco más aburridos de este tema. Pero todos juntos, aunque a alguien  parezca inconcebible, seremos igual de demócratas y también igual de catalanes